domingo, 13 de noviembre de 2011

Lo mío, lo tuyo...


Eres mío, mío. Ya te lo he dicho esta tarde, entre bromas y veras... Te has reído al escucharlo,  y luego te has dado cuenta de que te gustaba que lo dijera y has vuelto a reír...
A veces me siento y te escribo cosas. No las encabezo con tu nombre, ni con ninguna indicación que pueda romper esta relación tan extraña y tan dulce. No quiero que pase nada que lo estropee, nada que dañe el frágil equilibrio entre lo de aquí y la realidad. Qué tontería, ¿verdad? Pero yo me conformo, me conformo con eso...
Me gusta saber que estás ahí, como está el ángel de la guarda, al que quizás con mirar por encima del hombro podríamos echar un vistazo, pero que se mantiene oculto entre las sombras, para no perder su magia y su misterio...
Eres mío, mío... Quizá en otro momento, en otra vida, en otra dimensión del tiempo o del espacio, serías mío de verdad, todo mío: tu corazón, tu alma, tu cuerpo; y yo sería tuya también, en todo mi ser. Pero nos ha tocado vivir así, y todo lo tuyo que tengo se reduce a lo que siento y a lo que sientes. Y a poco más que palabras y risas.
Mañana, cuando me cuelgue al hombro el arco y el carcaj y abandone la pluma, será tu recuerdo el que acompañe mis flechas.
Mañana, cuando sea otra vez yo, recordaré y sonreiré.