lunes, 8 de marzo de 2010

La lluvia que no cesa

Como un adelanto de la Primavera, los almendros comienzan a llenarse de flores, a pesar de la lluvia que no cesa...
Esta foto, tomada con el móvil el año pasado en una de mis caminatas, no tiene nada que ver con los brotes que puedo contemplar hoy en los árboles con los que me cruzo en mi caminar, casi siempre con el sonido de las gotas sobre la capucha de mi impermeable como único acompañamiento. Mientras camino, imagino cosas que luego, al volver a casa, decido no plasmar en ningún sitio. Y recuerdo otras cosas, que a veces me hacen sonreir y, otras veces, dejar correr por mi rostro lágrimas que, como las del replicante, se confunden con la lluvia...
Había sido un viaje agradable; la compañía siempre es importante cuando una pasa dos días fuera de casa. Como siempre ocurre, había habido roces en algún momento puntual, pero nada más grave que una discursión a gritos por un yogur desaparecido...
Yo estaba viviendo en otro plano espiritual en ese momento, todas mis energías se centraban en la carta, una carta, sí, de él, que llevaba en el bolsillo, y que releía cada vez que mis enérgicos compañeros de fatigas me dejaban sola un momento. Ese pedazo de papel tenía la capacidad de teletransportarme al recuerdo más cercano, la tarde de lluvia en la que, con la música de Creedence como fondo, le había dejado llevarme hasta mi casa en su cochecito blanco. Dios mío, cómo podía yo ser tan inocente..., me sorprendo incluso ahora de haber sentido lo que sentí cuando, al despedirse, deslizó un sobre en mi mano, un sobre que se arrugó porque me la apretó muy fuerte, mi manecita, la única que sigue igual, dentro de la suya, tan grande, y sin mirarme me pidió que lo leyera y le dijera algo a la vuelta...
Cuando crecemos, nos hacemos adultos, comenzamos a vivir la vida como si fuera una maratón que nos va a llevar a algún lado, a una meta hipotética en la que seremos mejores y más felices, y nos olvidamos de mirar a los lados, de parar para descansar debajo de ese árbol que nos ofrece su sombra, para beber la vida como se paladea un buen vino, y dejamos atrás esas emociones que son más importantes que todo lo que ahora conseguimos...
Era más importante ese momento, la espera hasta llegar a casa, la emoción de la primera frase, que nunca olvidaré, el primer beso, el roce de una mano, que todo lo que luego se ha podido conseguir con prisas, con esa soberbia de creernos ya preparados para todo, dejar de lado los preliminares, lanzarse al mar sin probar primero la sal del agua...

Yo te amaba, aunque haga tanto tiempo que ya ni te acuerdes...