jueves, 28 de mayo de 2009

domingo, 24 de mayo de 2009

Hay quien lo tiene claro...


... como el micho de la foto. Sí, yo cualquier día hago mutis por el foro, y me voy a sestear a un pueblecito como ése. Santorini, por ejemplo.
Ahora, amarrada voluntariamente a este banco de trabajo con el que pretendo conseguir un medio seguro con el que ganarme la vida, me planteo si no sería mejor cambiar de planes, dedicarme a lo que de verdad me gusta: escribir, cocinar, cultivar un jardín... Me temo que ya he pasado la edad de las rebeldías y ahora estoy, como las elefantas, buscando la seguridad. Me voy plegando a las exigencias de la vida, de lo que llamamos vida, intentando vivir el presente cotidiano de la forma más feliz, pero también sin arriesgar nada. No tengo ganas de arriesgarme, la verdad, aquí queda dicho. Supongo que esto es lo que se llama madurez, a mi edad la mayoría de la gente lo tiene todo hecho: ha tenido hijos, ha consolidado su situación profesional...
Yo, cuando pienso en ello, me veo como el replicante de Blade Runner. Porque mientras los otros iban recorriendo otros caminos, yo he visto otras cosas, he hecho otras cosas, tengo un álbum de recuerdos variopinto y extraño, que me distingue de mis compañeros de viaje. Ni mejor ni peor: distinto.
Así que vuelvo a abrazar la mediocridad por un momento, unos meses, mientras dure esta nueva aventura, tan aburrida, en la que me he embarcado. No sé que pasará mañana, lo único que se es que el único que no sabe plegarse a seguridades es mi corazón. Ya lo he intentado, os lo aseguro, y fue una experiencia que es mejor no recordar...
Quizás otro día os lo cuente...

jueves, 21 de mayo de 2009

Silvia y el dragón


Cuando Silvia despierte encontrará una escama,
una escama verde y dorada sobre su cama.
Y cuando meta los pies en las zapatillas,
un respirar caliente le hará cosquillas.
Bajo la cama
se esconde un dragoncito
esta mañana.
Silvia decide no tener miedo
y mete la mano hasta un agujero
en la alfombrilla.
Allí duerme el dragón hecho una rosquilla.
Cuando despierte,
le dará pan con queso y algo de leche.
Que los dragones
nunca comen doncellas,
que eso son cuentos.
Escrito para Silvia en su cumpleaños, noviembre de 2006

domingo, 17 de mayo de 2009

Sábado por la noche...

Sábado por la noche... ¿Sábado por la noche, o madrugada del domingo? En fin, que estoy aquí, con ganas de estar en cualquier otro sitio, y me apetece contar una historia, una historia que es un poco dulce y un poco amarga. Una historia, un cuento, sobre mí.
Voy caminando, casi siempre miro al suelo cuando camino entre la gente, porque no soy demasiado ágil, suelo tropezar con facilidad, y si me es fácil enredarme con mis propios pies, imaginad por un momento lo que es tener que sortear a los que me rodean.
Ciegamente, camino sin pensar en nada en particular, estoy sorda a los sonidos que podrían aturdirme, cuando distingo, entre un ruido de motores que parece colmar el espacio, una voz, su voz, diciendo mi nombre.
No esperaba este encuentro. Me temo que mi mirada y mi gesto ya se han endurecido cuando él me alcanza y repite mi nombre. Y cómo es posible que algo que fue tan placentero, cuando lo pronunciaba en susurros junto a mi oído, cómo algo que no he podido olvidar, como el olor de su cuerpo o el sabor de sus labios, me sea, si no completamente indiferente, sí desdibujado, desteñido, casi aséptico...
Sonrío al levantar los ojos hacia los suyos, consciente de que en los míos no se refleja la sonrisa, y digo una banalidad tras otra, eso que se llama conversación, sobre el tiempo que hacía que no nos veíamos, sobre su madre, sobre la mía, y, sin olvidar los buenos modales, le pregunto por sus niños.
Una vez respondidos los temas de uso cotidiano, pasamos a la batería de preguntas, suyas, por supuesto, porque él siempre ha querido saberlo todo sobre mí. Así que repaso mi insulsa vida laboral en un par de frases, y luego respondo al cuestionario sentimental con un "ahora no estoy saliendo con nadie", que es la respuesta más sincera que puedo dar. Y la más simple. Porque a él no voy a decirle que tengo el corazón hecho pedazos desde hace un tiempo, por culpa de alguien que no tiene la culpa de nada; pero que, poco a poco, lo voy recomponiendo. O que estoy medio enamorada de dos hombres a los que no he visto nunca, pero que me hacen sentir otra vez lo que ya tenía olvidado, lo que me resulta más placentero de una relación: esa ambigüedad en la que no sé si hay algo entre nosotros o son cosas mías, o si lo que siento es el reflejo de lo que él siente por mí...
Ahora me doy cuenta que está tan contento de haberse encontrado conmigo porque apenas he cambiado en estos 12 años. Porque le recuerdo nuestra juventud, porque me dice 'tú siempre estás igual', una mentira dulce de escuchar, porque soy más vieja que entonces, y menos inocente, y a la vez una verdad amarga, porque soy la misma, la misma gata que busca sin saber muy bien lo que busca, el soplo de viento que él me pidió que le dejase encadenar, la misma muchacha inexperta a la que, una noche, le dijo que todo había terminado, que no podía haber nada entre los dos, esperando quizás unas lágrimas que nunca derramé por él.
Mientras me habla, su mano me acaricia el antebrazo izquierdo, más que acariciar casi me pellizca, como si necesitara tocarme para constatar nuestro encuentro. Le prometo, al despedirnos, que otro día que tenga más tiempo y nos volvamos a encontrar tomaremos un café juntos. Y sé que estoy mintiendo al hacer esa promesa, porque él es parte de un pasado que recuerdo con ternura, pero no con nostalgia.
Doy media vuelta, consciente de su mirada al alejarme, y me pierdo entre la gente, otra vez yo, la de ahora, la que me gusta ser, la que él no conoce...
Ahora soy otra. Estoy preparada para afrontar las tormentas.

jueves, 7 de mayo de 2009

Silencio



¿Porqué escuché su voz? Yo no sabía que algo así podía pasarme...

Porque escuché su voz, ahora no quiero oír ninguna otra, ni trinos, ni el aire entre las ramas; no hay más música que su voz...

Su voz, sólo su voz pronunciando mi nombre...

¿Porqué te escuché? Ahora estoy perdida, perdida sin remedio por perderme en tus brazos...

martes, 5 de mayo de 2009

Un día cualquiera...


Metro de Madrid, linea Circular, estación de Sáinz de Baranda. 14:47 horas. Vagón prácticamente lleno, casi todo el mundo va leyendo algo: un libro, un periódico, un folleto de los Testigos de Jehová sobre el fin del mundo... Todos menos yo, que bastante tengo con sujetarme a la barra superior, intentando poner el mínimo de mí en la operación, mientras sostengo el abrigo y una carpeta con el otro brazo. Por supuesto, el calor ha apretado hoy, y el abrigo no ha sido otra cosa que un estorbo a partir de las 11 de la mañana...
A mi lado, un cincuentón bien conservado, barbita entrecana y gafas bifocales, intenta sin éxito coordinar la lectura de "El Ocho" con la tarea de mantenerse agarrado a la misma barra que yo. Él, al ser más alto, lo tiene más fácil. Además, no lleva portafolios ni nada que se le parezca, me pregunto si trabajará en algo que le permita salir a la calle únicamente con lo puesto, o si estará en el paro o habrá cedido a eso que llaman prejubilación...
Las puertas del vagón se abren, y bajan algunos pasajeros, entre ellos la anciana que ocupaba el asiento frente a mí. El hombre a mi derecha cierra el libro y me hace un gesto amable, para que ocupe el asiento. Me quedan sólo dos paradas, mejor me quedo en pie, llevo toda la mañana sentada y es agradable estirarse de vez en cuando, cada curva del Metro, sobre las propias piernas. Le digo que gracias, a la vez que niego con la cabeza, y le sonrío porque es la primera persona amable con la que me he cruzado hoy, al menos conscientemente. Él tampoco ocupa el asiento, lo cede a otra anciana que acaba de entrar, deprisa, casi con el silbato del cierre de puertas.
El vagón se vuelve a poner en marcha. Mi nuevo amigo de las barbas mira alrededor, luego se fija en mis manos, en las suyas, y con voz grave, simpática, me dice:
- ¿Tú no lees?,- es una forma como otra cualquiera de entablar conversación con una completa desconocida, pero me parece una pregunta bastante tonta. Un nanosegundo después, me acuerdo de que, antes, le he sonreído, así que ahora me pongo seria para responder.
- No, no leo.
Tengo que comentar aquí una frase de mi hermano mientras contemplábamos la Capilla de la Real Orden del Cardo, en la Catedral de Edimburgo: "Nosotros deberíamos ser miembros de pleno derecho", dijo, en voz baja. Y es que ambos tenemos el mismo carácter...
Mientras pienso en esto, mi interlocutor ya ha encontrado una frase para continuar con la conversación, y la suelta en plan "¿estudias o trabajas?":
- ¿Y eso?
- Me mareo en el transporte público, - miento, pero es que cualquier otra respuesta me parece demasiado trillada. Gracias a Dios, el tren ha llegado ya a mi estación, y, con una inclinación de cabeza hacia mi desconocido, me bajo en el andén, dispuesta a olvidarlo todo excepto que, al llegar al coche, todavía me quedará casi una hora de camino para volver a casa.