miércoles, 25 de marzo de 2009

Anhelo


Yo ya sabía, desde anoche, que hoy me levantaría con este ánimo gatuno, juguetón, imprevisible que, de vez en cuando, me posee y me controla. Me sentía más ligera, y a la vez tenía una inquietud no revelada, algo así como una sed de algo que no lograba concretar. No, no era vodka con naranja, mis queridos Lectores Constantes. Era… otra cosa…
No puedo echar la culpa de esto a la Luna, que no parece gobernar mis mareas, ni a la soledad de la que ni me acuerdo; ni a la tristeza, porque debajo de la turbación sentía un júbilo impreciso, una sensación de felicidad percibida, pero aún no encontrada... Era como saber que algo iba a pasar, un destello de un porvenir incierto pero esperanzado... Y me sentí con ganas de echar a andar y alejarme hacia ese futuro sin esperar ni un segundo más...

Pero he de reconocer que, cada Primavera, se me antoja lo mismo, y que hasta ahora, en un mundo de posibilidades infinitas, cada Primavera me ha traído algo bueno, algo alegre, algo que recordar cuando llega el Invierno y me quedo acurrucada, otra vez, junto a la estufa: la gata perezosa que hoy salía a jugar...

viernes, 20 de marzo de 2009

La cosecha del hada


Un campesino, al sacar el cubo del pozo, se encontró con que, en vez de agua, había una linda muchacha sentada en él. Como no es frecuente que esto ocurra, y menos aún que la moza que sale del pozo esté completamente seca, el campesino comprendió al instante que aquella joven era un hada.
El hada, sentándose en el brocal del pozo, alabó mucho al labrador por el respeto con el que trataba la tierra que cultivaba y el cariño que demostraba por los animales que cada día le ayudaban en su labor. El joven contestó que era su obligación cuidarlos, ya que de la tierra ganaba su sustento y el de sus animales, y éstos no sólo eran compañeros de trabajo, sino que le acompañaban en su vida solitaria. Porque el campesino vivía muy lejos del pueblo, al que sólo iba un par de veces al año para vender su cosecha y aprovisionarse de lo que necesitaba y no podía conseguir por sí mismo, y en cuanto a su familia, hacía tiempo que sus padres habían muerto y sus hermanos se habían ido lejos, buscando su destino.
El hada le dijo que conocía todo aquello, y que si había salido del pozo era para proponerle una forma de acabar con su triste soledad, y era que se casaría con él y le ayudaría en sus labores. El mozo aceptó inmediatamente, pero advirtió al hada que él apenas tenía nada que ofrecerle. Ella le replicó que no se preocupara porque muy pronto le haría rico. El campesino, encantado con estas expectativas, no tuvo nada más que objetar. Así que se casaron.
Un día de primavera, el labrador llegó a su casa muy pensativo, y su mujer le preguntó qué le pasaba. Él contestó que venía de los pomares, y que los brotes de los manzanos le habían parecido distintos a los de otros años. Ella, muy tranquilamente, le contestó que no debía preocuparse, pero que había lanzado un hechizo sobre los campos y aquel año la cosecha no sería igual que las anteriores.
Llegó el tiempo en el que se recogen las manzanas sin que hubiera ninguna: los árboles seguían cubiertos de las extrañas flores que habían aparecido en las ramas, y así continuaron mientras en las otras granjas ya habían empezado a producir la sidra.
El malhumor del campesino iba en aumento, aunque su esposa le tranquilizaba diciendo que tenía que tener un poco de paciencia, pero cuando las hojas de los demás árboles cayeron y el invierno llegó hasta los campos, el hombre perdió los estribos y maldijo el momento en que había encontrado al hada del pozo.
Cuando llegó a su casa, estaba vacía, y parecía como si nunca hubiera vivido allí nadie, excepto él. Todavía enfadado, se alegró de estar solo de nuevo y mientras se iba a la cama, después de una cena fría, decidió que al día siguiente arrancaría los manzanos para plantar unos nuevos.
Se levantó temprano, y caminó hacia los pomares bajo un alegre sol invernal. Parecía haber reflejos de luz entre los manzanos, y al acercarse comprobó que las flores habían desaparecido y en su lugar NO había manzanas, sino unos extraños frutos luminosos con forma de estrella.
Sintiéndose de repente muy cansado, se dejó caer al pie de un árbol y contempló aquel espectáculo inusitado. Lo único que acertaba a pensar era que no sabía quién le compraría aquella extraña cosecha, ya que no parecía que aquella fruta tuviera ninguna utilidad.
Mientras pensaba esto, un carruaje acertó a pasar por el camino que lindaba con su granja. El coche se paró frente al pomar, y de él descendió el rey de aquel país, acompañado de su reina, que contemplaron los árboles con asombro. A una señal del monarca, el labriego se acercó a la carroza y el rey le compró todos aquellos frutos de luz, y le apalabró las cosechas venideras, y le entregó a cambio suficiente oro como para que el campesino no tuviera que volver a trabajar la tierra nunca más.
Sin embargo, y aunque ahora se había cumplido la promesa del hada del pozo, el hombre no era lo feliz que había supuesto que sería cuando fuera rico. Echaba de menos su vida de antes, y sobre todo echaba de menos al hada. Así que sus días transcurrían melancólicos junto al pozo del que ella había salido. Y si el hada volvió junto a él, compadecida por su tristeza y arrepentimiento, el cuento no lo dice.

Pero es lo que suele pasar cuando uno tiene algo y no le da el valor que merece. O peor aún, uno se enamora de un hada pero espera que el hada no se comporte como tal.

domingo, 8 de marzo de 2009

La puerta entreabierta



Transcurre Marzo como una flecha de plata, deprisa, buscando el sendero de la Primavera que ya ha cubierto de flores los almendros... Corre también mi corazón, gozosamente, bajo las estrellas nuevas, tan limpio el cielo por la lluvia que parece que las pueda tocar...

Mi corazón busca, sin perder la esperanza. Buscan mis ojos el reflejo en los tuyos, y ese tibio amanecer que siempre desean contigo mis recuerdos...

Gris y dormido, mi corazón ha estado hibernando, esperando, ovillado en un cojín de sueños... Ahora despierta y busca su camino...