jueves, 26 de noviembre de 2009

Bacardi con limón


Lo mío, ya lo saben mis Lectores Constantes, es el vodka con naranja. Pero ¿que tomo cuando no hay un destornillador a la vista? Bueno, pues casi siempre opto por el ron con limón, y me imagino que estoy en una playa del Caribe, y que mi bebida tiene una sombrillita.
El sábado estaba yo invitada a una cena de esas a las que una se compromete mucho tiempo antes, y a pesar de mi enfermedad me decidí a ir, (acompañada de una nutrida delegación de virus de la gripe, que no me han dejado ni a sol ni a sombra desde hace unos días), por varios motivos, entre ellos que me estaba apolillando de estar encerrada en casa, y, por otra parte, le había prometido a mi hermano que le acompañaría. Así que me abrigué bien abrigadita, porque el evento se desarrollaba un poco más al Norte de donde habitualmente vivo, con bufanda y todo, aunque debajo del abrigo me había puesto mis leggins negros, una túnica con un aire folk de esas que se llevan tanto, que parecen un vestido, y mis botas favoritas, mis botas verdes de media caña, que no combinaban con el bolso, pero qué se le va a hacer...
Lo peor era la ronquera. Me había tomado una dosis de Iniston que, por alguna razón que seguro que explicaba el prospecto adjunto, que no me había leído, me había dejado afónica un día antes. Lo había solucionado, más o menos, gracias al farmaceútico, que me había dado unas pastillas que se deshacían en la boca y me permitían hablar, o por lo menos articular sonidos semi-inteligibles bastante parecidos al croar de una rana. Pero eso, claro, no iba a detenerme, ni tampoco a impedirme que hablara (o lo intentara) en la fiesta. Vamos, es que yo no me callo ni debajo del agua, lo digo sin acritú...
Bueno, pues allí estaba yo, en tierra extranjera rodeada de extraños o casi, porque a la mayoría de la gente no la había visto en mi vida, y a los que había visto los conocía poco o casi nada, pero eso tampoco iba a detenerme, soy una criatura social por naturaleza. Me gustan los desconocidos. Así que busqué mi sitio en las mesas, después de ponerme a disposición de los organizadores con mi voz aguardentosa, y me senté un momento. Hacía unos minutos que me había tomado el medicamento para la gripe, y me sentía un poco mareada. El murmullo de las conversaciones se había elevado hasta el límite de lo insoportable cuando se tiene la cabeza llena de algodón en rama, y de repente ya no me apetecía tanto estar allí. Pero como soy bastante razonable, (a veces, sólo a veces), me imaginé que se me pasaría. Lo que no me imaginaba era que una de las pocas personas a las que conocía en aquel salón iba a sentarse frente a mí en aquel preciso momento. No sé si, instintivamente, supo que estaba en un momento bajo o qué, pero de repente me encontré con la mirada de sus ojos azules clavada en los míos, mientras me preguntaba por mi salud y entablaba una conversación que enseguida tomó el sesgo peligroso de un interrogatorio tipo Stasi sobre mi vida y el estado de mi corazón. Que no sé que me pasa de un tiempo a esta parte, que he pasado de no vender una escoba a encontrar un amor en cada puerto...
Como siempre me pasa cuando me ruborizo, me encontré con que estaba furiosa, furiosa conmigo misma porque, encima, estaba tartamudeando y contestando a sus preguntas, todo en uno. Y no podía echarle la culpa al alcohol, porque aún no había bebido nada, así que debieron ser las drogas: el paracetamol podría tener en mí los efectos de un suero de la verdad, si a eso vamos.
Gracias a alguna divinidad indulgente, no estábamos sentados a la misma mesa durante la cena, por lo que tuve tiempo de recomponer mis maltrechas defensas. Mientras tomaba el entrante, hice cálculos mentales sobre lo que diría para arreglar todo lo que había confesado. El plato principal volvió a la cocina prácticamente sin tocar, (no soporto la vista de la sangre... en la comida, y al cortar el filete estuve a punto de gritar pidiendo un botiquín o una simple tirita), así que me concentré en el postre, un hermoso, frío y poco apropiado, tanto para las fechas en las que estamos como para un organismo en el que se ha cebado la gripe, helado de chocolate. Pero lo que de verdad me devolvió a mi estado natural fue el Bacardi con limón que bebo a falta de otra cosa, como os contaba al principio.
Así que, cuando me levanté para participar en el bullicio de la fiesta, ya era otra vez yo misma, con mi sonrisa pintada en la cara, mis nervios templados, sujetando el vaso de ron con limón como si fuera un apéndice de mi mano. Entonces, cuando él volvió a la carga, no hubo dudas ni tartamudeos. Simplemente conversamos como dos duelistas que manejan el florete con la misma maestría y nunca se llegan a tocar. Sólo al despedirnos, cuando se alejaba hacia su coche, él se volvió y me lanzó la última flecha: 'Nos vemos el domingo'. Y tuve que reconocerle el 'touché'.

3 comentarios:

Militos dijo...

Magnífico Alawen, después de leerte me parece haber estado en la fiesta vigilando tu tartamudeo, jajaja...Y me he divertido un montón a pesar de solo conocerte a ti. Genial, genial...
Oye y ¿le has visto el domingo?
¿Qué tal es además de los ojos azules?
¿Sabes que tu bebida también es la preferida de Raquel?

Un beso grande y espero que haya una continuación de este post

Alawen dijo...

Militos, te lo hubieras pasado en grande de estar allí, casi tanto como mi caballero de ojos azules se lo pasó viéndome cortar la carne y poner caras de asco...
El muchacho, además de ojigarzo, es majo, lo reconozco... Demasiado majo para lo que me merezco.

Me gusta saber que Raquel y yo tenemos el mismo gusto en materia de bebidas, también.

La continuación, en unos días.

Besos, querida amiga.

Bettina dijo...

"Demasiado majo para lo que me merezco" ?????
Eso no te lo permitimos querida! eres, y perdona que te lo recuerde: inteligentísima,guapa,buen tipo,divertida,intuitiva,sagaz,...es preciso seguir?
Jejejeje...también espero....noticias...de ése "domingo"...
Muacks!